Eran las 20:30 horas cuando apenas faltaban diez
minutos para que irrumpiera la magia en el Amsterdam Arena, el 31 de Julio de
2006, uno de esos días en que se establecen referentes.
Ocho meses atrás, en Castellón, tomábamos mi primo
Eduardo y yo un relajado gin tonic en el Terra, un buen garito de conciertos en
Castellón, donde asistíamos a un pequeño homenaje a los Beatles, bastante
tranquilito, por cierto, con motivo del aniversario del asesinato de John
Lennon. Hablando de los Beatles, dijo Eduardo en uno de los momentos más
inspirados de su vida, a mí a quien me gustaría ver realmente es a los
Rolling´s. Sí que molaría (vaya expresión más cutre), pero molaría más en
Ámsterdam para que la cosa fuera ya el no va más, añadí. Segundos después se
produjo el trato: si podemos nos vamos. A lo largo de la vida le estrechas la
mano a muchas personas; la de esta ocasión ya forma parte de una historia
irrepetible.
Cuando el último rayo de sol entra a través del
techo de cristal del Amsterdam Arena y el sol se oculta definitivamente por el
horizonte del gol oeste, eran las nueve menos veinte, la luz que viaja con él
se descompone en millones de minúsculas gotas que flotan y se desplazan
lentamente por todo el estadio produciendo una alucinación visual difícil de
olvidar. Yo no he visto nada igual; es soñar con los ojos como platos. Sus
satánicas majestades estaban esperando la llegada del crepúsculo para dedicarse
a sus asuntos una noche más.
De repente se encendieron dos edificios de cinco
plantas separados por una pantalla de unos veinte metros de lado. Una guitarra,
suenan los acordes de Jumpin´ Jack Flash. Señoras y señores, eso sí, en inglés,
con ustedes The Rolling Stones.
En la vida hay momentos más especiales que otros. Yo
éste no sé si llegaré a asimilarlo del todo. Cuando sonó As tears goes by me
acordé mucho de Loren; no paré de llorar en toda la canción con una sonrisa de
oreja a oreja. No sé todavía por qué fue con esa canción, no es especialmente
una canción que me gustara mucho, ni a Loren tampoco, pero después de ese día
no podré volver a escucharla sin acordarme de él y de uno de los momentos más
especiales de mi vida, llorando sin tapujos, consciente de que según todos los
cánones a esa sensación se la conoce con el nombre de felicidad.
Antes de empezar una de las canciones, Keith
Richards, que es el puto amo, se adelantó unos pasos, se acercó al micrófono y
dijo: “Chiu, chiuúu”; el público contestó: “Chiu chiuúu, chiu chiuúu, chiu chiuúu”.
Más de cincuenta mil personas durante casi un minuto no pararon de repetir ese
chiu chiuúu que da entrada a Sympathy for the devil, mientras en la pantalla de
veinte metros de lado aparecían signos diabólicos en negro y rojo. Todas las
luces del estadio pasan a ser rojas; Mick Jagger aparece con una chaqueta roja
que es para verla; salen fuegos artificiales desde el escenario y desde fuera
del campo; el público enloquece y Eduardo y yo nos sentimos en el infierno como
en casa, aún recuerdo su cara mirándome. Satisfaction cierra el concierto.
Unvelibable.
La vida es muy dura, pero a veces los sueños se
cumplen para darle sentido. Please to meet you.
José
Vicente Sanfélix.
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